Día de Muertos tradición que enaltece a los pueblos indígenas

Por: Selene M. Calderón.
El culto a la muerte era un aspecto fundamental de las culturas autóctonas de Mesoamérica, según datos históricos, cuando alguien moría era envuelto en un petate y sus familiares organizaban una fiesta con la creencia de guiarlo en su recorrido al más allá, además, colocaban comida que en vida le gustaba al ser querido, porque pensaban que podía llegar a sentir hambre en su trayecto.
El Día de Muertos en la visión indígena, implica el retorno momentáneo de las ánimas al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en su honor. En esta celebración la muerte no representa una ausencia sino a una presencia viva. Se considera una celebración a la memoria y un ritual que privilegia el recuerdo de la persona y no el olvido.
Con la llegada de los españoles, se incorporaron otros elementos y prácticas religiosas del catolicismo a las creencias de los pueblos indígenas, conjugando una serie de aspectos para honrar la memoria de los seres queridos que ya dejaron el plano material.
Los altares llenos de colores y olores por el incienso para armonizar el ambiente, flores de cempasúchil, fruta, pan de muerto, calaveras de azúcar y chocolate, agua, velas, comida y bebida, forman parte de esa fusión armoniosa de rituales religiosos católicos traídos por los españoles y la conmemoración del día de muertos que las culturas indígenas realizaban desde los tiempos prehispánicos.
Los antiguos mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de México trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano que coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo alimentario del país.
La celebración del Día de Muertos se lleva a cabo el 1 y 2 de noviembre, ya que esta festividad se divide en dos días consecutivos. De acuerdo con el calendario católico, el 1 de noviembre esta dedicado a Todos los Santos, es el día de los niños que ya murieron, y el día 2 de noviembre corresponde a los Fieles Difuntos, es decir, a los adultos fallecidos.
De igual forma las festividades incluyen adornar las tumbas con flores y se instalan altares sobre las lápidas, lo que en épocas prehispánicas tenía un gran significado porque se pensaba que ayudaba a las almas a transitar por un buen camino tras la muerte.
La tradición también indica que para facilitar el retorno de las almas a la tierra, se deben esparcir pétalos de flores de cempasúchil y colocar velas trazando el camino que van a recorrer las ánimas para que no se pierdan y lleguen a su destino. En la antigüedad este camino llegaba desde la casa de los familiares hasta el panteón donde descansaban los seres queridos.
Es preciso señalar que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), declaró en el año 2008 esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su importancia y significado en tanto se trata de una expresión tradicional -contemporánea y viviente a un mismo tiempo-, integradora, representativa y comunitaria.
Para la UNESCO, el encuentro anual entre los pueblos indígenas y sus ancestros cumple una función social considerable al afirmar el papel del individuo dentro de la sociedad. También contribuye a reforzar el estatuto cultural y social de las comunidades indígenas de México.